8.8.05

Un poco más

Nada. Nada de nada.

No podía escapar de los sentimientos que se clavaban en su corazón desde que hace dos inviernos dejara Amsterdam. Aquello fue una huída en toda regla, pero no tardó en darse cuenta de que es imposible huír de uno mismo.

Se miraba al espejo y veía su rostro transformarse día a día, adquiriendo facciones cada vez más inexpresivas, más insípidas, del que ya no quiere sufrir, arriesgar ni sentir, simplemente sumergirse en la rutina y sobrevivir. Sus ojos, otrora rebosantes de ilusión, se habían vuelto cristalinos, mudos. Su boca, siempre en cuarto creciente, yacía ahora en una eterna luna nueva. Demasiado dolor acumulado, demasiados intentos fracasados, demasiadas cicatrices mal curadas. El Sol y la sombra.

El timbre del teléfono la devolvió brúscamente a la realidad. Con paso nervioso salió del baño y atravesó el corto pasillo que la llevaba al comedor. Respiró hondo un par de veces, el teléfono no solía traer buenas nuevas, más bien todo lo contrario. Tras unos segundos se decidió a descolgar el auricular. Le costó un poco reconocer la voz:

-¿Laura? Laura, soy Luis.

Ladeó la cabeza hasta apoyarla en el hombro mientras posaba la mano sobre la frente.

Por fin, meses después, su boca volvía a dibujar una sonrisa.