Laura
Ahí estaba otra vez. Una vez más, esa angustiosa imagen que le perseguía desde hace tiempo, de la que no se podía desprender, a pesar de que lo intentaba manejando todos sus recursos. Apretó el puño por enésima vez, ahora utilizando toda su rabia, su rencor, su violencia, notando como un punzante dolor le recorría todo el brazo y le alcanzaba la garganta. La herida volvió a sangrar.
Hacía frio. Una suave, gélida brisa comenzó a soplar, cortando aún más sus castigadas mejillas, levantando cientos de hojas amarillentas que yacían sobre la arena abandonada del parque. Miró su reloj y decidió que era el momento de dejar el banco en el que había permanecido las cinco últimas horas. No era pronto ni tarde, ni quería ir a ningún sitio. Sólo era instinto, irracionalidad pura y dura. Se puso en pie, se alisó su larga falda verde con apatía y comenzó a caminar.
Silencio.
Hacía días que no hablaba con nadie. Recordaba la última vez que su boca articuló palabra:
-Un bono para la zona uno, por favor.
-Sí, aqui tiene. Son seis con treinta.
-Gracias.
El hombre de la ventanilla parecía amable, pero al igual que muchos otros habían hecho ya, la miró de arriba a abajo, juzgándola sin piedad. Ella notó la condena sobre su espalda y casi no le importó. Total, sólo era una más, ya estaba acostumbrada.
Hacía frio. Una suave, gélida brisa comenzó a soplar, cortando aún más sus castigadas mejillas, levantando cientos de hojas amarillentas que yacían sobre la arena abandonada del parque. Miró su reloj y decidió que era el momento de dejar el banco en el que había permanecido las cinco últimas horas. No era pronto ni tarde, ni quería ir a ningún sitio. Sólo era instinto, irracionalidad pura y dura. Se puso en pie, se alisó su larga falda verde con apatía y comenzó a caminar.
Silencio.
Hacía días que no hablaba con nadie. Recordaba la última vez que su boca articuló palabra:
-Un bono para la zona uno, por favor.
-Sí, aqui tiene. Son seis con treinta.
-Gracias.
El hombre de la ventanilla parecía amable, pero al igual que muchos otros habían hecho ya, la miró de arriba a abajo, juzgándola sin piedad. Ella notó la condena sobre su espalda y casi no le importó. Total, sólo era una más, ya estaba acostumbrada.